sábado, 9 de junio de 2012

Le necesitas como al aire.

Hoy es uno de esos días en los que te levantas con mal pie. A partir de ahí sabes que todo lo que hagas hoy va a salir mal y que la suerte tomará una dirección contraria.
Entonces le ves. Él te saluda como siempre, sin embargo piensas que ocurre algo en su manera de saludarte.  Llegan las preocupaciones, los sudores fríos, los nervios, las ganas de salir de este lugar inmediatamente.
Él te mira sin comprender que te ocurre y tu le sueltas continuas tonterías que ni siquiera tienen sentido. Sabes que debes dejar de hablar pero cada vez hablas más rápido, no puedes parar. Entonces ves como todo se nubla, que de tus ojos brotan dos lágrimas y tú continuas intentando que no salgan, que se inunden dentro de ese mar que se esconde en tus pupilas.
Y de repente, te besa. 
Sientes como las lágrimas terminan por recorrer tu rostro mientras tu mente se queda en blanco. No quieres que este beso termine, es más, quieres que te haga olvidar todo lo que hace solo unos segundos te preocupaba.
Decide separar vuestros labios y te mira. En su rostro se puede ver claramente la confusión, las dudas. Y entonces decide hablar:

-Nno... no llores. Por favor, no llores. No se que hacer cuando lloras, me siento débil. No sé como defenderte de tus miedos y preocupaciones. Por eso... cuando lloras, lo único que sé hacer es besarte, porque no quiero que sufras por mí. Quizás yo...

Sin pensártelo dos veces le tapas los labios con tus dedos y le pides perdón. Sabes que sólo es culpa tuya, por ser tan infantil. Y una vez más recurres a besarle, como si fuera lo único que sabes que le hace bien y que te hace sentir mejor.

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