martes, 24 de febrero de 2015

Descalza.

Nunca he sentido la necesidad de definir mi vida, de compararla, ni siquiera de compartirla. Y sin embargo, hoy me siento perdida entre mi propio vacío, mi... nada. El único puente que creía poder cruzar está cerrado, sellado y echado con llave. Su candado me observa con miedo, el mismo que siempre he esquivado, apartado y alejado de mi camino. Y ahí está, acechándome, dejándome sin escapatoria. Me siento a esperar, atenta a los pasos que se cruzan por mi camino, sigo sin comprender que ninguno me lleva a mi destino. Pero sigo sentada, sigo buscando.
Me recuesto en el suelo con la esperanza de sentir el frío suelo de la calzada, de sentir el viento que provocan los coches, de sentir el polvo sobre mis ojos, de sentir qué sé yo, el sol sobre mis pupilas obligándome a cerrarlos una vez más por temor a quemarme por dentro, a descongelar mis pensamientos.
Sigo sentada y no creo poder reponerme. Hoy he perdido las llaves y la esperanza, las que me llevaban a casa y me hacían sentir mía y de nadie más. Hoy he perdido el tiempo, el mismo que hasta ayer me perseguía con la esperanza de hacerme correr sobre los segundos sin saber que eran las horas las que me presionaban sobre la línea que dividía el camino.
Estoy aquí, como siempre, entre la espada y la pared, entre el puente cerrado y mis manos vacías, sin nada que me abra el camino, sin la ilusión de poder sacar mis puños.