martes, 21 de mayo de 2013

Era un sueño que tenía pendiente en la realidad.

Era un día como otro cualquiera, no tenía nada en especial, prometía ser igual de gris que los últimos días que he pasado sin ti.
Sin embargo, mientras me dejaba llevar por los recuerdos, pude ver frente a mi  la figura de un cuerpo que me era bastante familiar. Alto, fuerte, corpulento, moreno y con seguridad. Durante un momento no quise dejarme llevar y salir corriendo hacia ti por miedo a descubrir que no eras tú, y que tendría que esperarte otros cinco años más. Pero entonces te giraste, y contemplé tu hermosa y gran sonrisa. Estabas igual, nada en ti había cambiado, sólo tenías el pelo algo más claro y largo, pero tu presencia, tu esencia, tu forma de ser, era la misma. 

Para mi sorpresa tardaste solo diez segundos en darte cuenta de mi presencia. Cuando quise darme cuenta estaba atrapada entre tus fuertes brazos, y mis sentimientos no pudieron soportarlo, acabaron desbordando. No parabas de decirme cuanto me querías, cuanto me habías echado de menos, no parabas de besarme por toda la cara, como si fuera un santo al que sólo se puede ver una vez en la vida. No sabía que hacer, que decir, sólo sabía llorar y llorar. No sé si de pena o de felicidad, pero era lo único que quería y podía hacer. Entonces me salieron varias palabras, casi sin fuerza, pero lo suficientemente alto para que se me oyera: "No vuelvas a irte, sea donde sea. No te volveré a dejar que te marches." Y él, como siempre, me sonrió y me besó. 
"Jamás", fue lo último que pude oír antes de concentrarme en los latidos de su corazón
Sentí que por primera vez habías vuelto, habías aparecido en mi vida. Ya no iba a volver a estar sola nunca más. Mis miedos se anularían.

No hay comentarios:

Publicar un comentario